dijous, 12 de setembre del 2013
VOID
El barco desasió sus largos anclajes con un ruido sordo
una mota de polvo entró en mis pupilas
y cuando al fín pude abrir los ojos
el barco se alejaba ya,
como un espejismo de muerte.
Contemplaba como la nave huía de mí
con todos mis recuerdos valiosos esparcidos por la cubierta
y todas las lágrimas aún por derramar
y las velas tintadas de negro por toda la ponzoña que se resiste
en mi interior
y la playa quedó asolada y vacía como yo
y yo sentía una devastadora a la par que extraña fuerza, casi espiritual
que, como si de una estrecha cuerda se tratase,
empujaba mi cuerpo hacia las olas del mar,
arrastraba mi alma bañada en culpabilidad.
Un sentimiento indeterminado fluye por las corrientes
algo que nunca antes había sentido
aunque, como soñadora, había percibido.
He pasado un largo tiempo rezando
lamentándome, pidiendo a gritos
que la cuerda intangible que me sostiene en tierra
me lleve a alta mar
y me conduzca a ciegas, flotando en aguas serenas
a su navío extraviado,
a un pequeño espíritu de niño
encerrado en el cuerpo de un anciano.
Se escucha en la lejanía un grito desolador
que aúlla y ladra en su sed de vivir
de agotar todo lo que unas manos puedan atrapar,
que habiéndose perdido en la tempestad de la senectud
quiera volver a sentirse insignificante y dichoso
como un muchacho moreno y de rasgos pícaros
corriendo y saltando por un árido campo siciliano.
Y yo, hechizada por un espectro desconocido,
sigo a nado la distancia inescrutable
que algún día me llevará a sus brazos.
Porque aquél niño de zapatos blancos y orejas puntiagudas
sigue encerrado en un cuerpo viejo y suave
y aún puede verse su infantil reflejo
en unos ojos brillantes y enrojecidos,
y a mí me consume la certeza de ser tan joven
y estar tan vacía y carente de vida.
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