
Tanto tiempo permanecí
flotando en el mar muerto
que olvidé remojar la pluma en el tintero.
Mis ojos, cegados por el brillo dorado del sol
son mis dos fieles testigos,
mi retratista condición
queda saciada con su atino...
Por un momento, la calma se percibe con tanta claridad
que sus bálsamos bañan mis huesos con cálido sosiego.
Me dejo llevar...
girando entre peñones y desfiladeros
recortados por una capa de torcidas pinedas.
Sereno oleaje, caricias para mi barca...
Una libertad estrechamente vinculada
con el viento que me rodea, meciéndome en la lejanía
de unas playas de piedra y soledad cristalina...
Y en algún puerto mi ancla invisible ato
cuando mi cuerpo quiere descansar.
Empujo con todas mis fuerzas
y emerjo de mi casa navegante,
cuando una ola quiere volcarme,
salto por sus crestas,
mis músculos tensos cual cuerda de un arco
guían mi rumbo de intensos virajes
y vuelvo a dominar la paz de mi tormenta.
Paisaje y ser se unen
en un vetusto ritual de aguas frías y oscuras.
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Agarré la cruz
que colgaba de mi cuello
y la estreché en mi puño
hasta que mis nudillos crujieron.
Su luz traspasó todas las paredes...
y mis ojos se elevaron por la bóveda en la blancura del cielo.
Mi dolor quedó mezclado
con un reencuentro con la religiosidad
y un respeto tan profundo
que astillaba mi corazón.
También hubo una humillación secreta
que a mí me gritaba a voces
en bocas y manos, susurros y lamentos.
Mi amor no basta
para conciliar un alma herida;
su precio perdió el mejor postor
cuando entre coronas de lirios secaba sus lágrimas
y deshacía maldiciones antaño escupidas.
Ahora mismo, somos dos personas distintas...