dimecres, 3 d’agost del 2011


La vida es una carretera en la que no se ve el infinito, como pasa en todas las cosas que esconden algún misterio, su fin es una incógnita que flota en el tiempo, y raras veces podemos imaginar su destino.
Nacemos inocentes, llenos de paz. Pero los agentes externos condicionan nuestra percepción, y tenemos que escoger, a ciegas, sin saber qué hay detrás de las manecillas del reloj y su ritmo incontrolable, y los hechos, ah, los hechos, que se mezclan con el maldito transcurrir de las cosas, y dejan huellas imborrables.
Qué bonito me parece
observar la nada cualquier atardecer, y ver como la luz se filtra entre mis dedos extendidos. Y fijarme en cada detalle, y percibir las historias que cuentan cada una de las venas, de las cicatrices, de los bultos, de las señales y de las líneas que caracterizan y dan sentido a mis manos.
Casi puedo oler la fragancia de otros tiempos...Mientras me permito evadirme por momentos de la realidad cruel que se asoma, recordándome que es hora de volver al mundo, donde una masa agonizante y desgraciada, lucha por sobrevivir en una jungla de asfalto, donde unos nos pisamos a otros sin que nadie pueda juzgarnos. La humildad y la bondad están en peligro de extinción...Por eso hay que buscar en los corazones más indómitos, porque no hay mayor tesoro que la virtud de lo sobresaliente y para nada normal, encontrar una forma de intercambio de pequeños detalles preciosos, y valorar a las personas por su espíritu.

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